Hay momentos en la vida en los que detenerse a mirar el crecimiento de un hijo no solo conmueve, sino que también enorgullece. Así habla esta madre de su hijo Alonso, un niño que a sus 12 años ya se ha convertido en un reflejo hermoso de su crianza, de sus valores, y de un amor profundamente cultivado con dedicación y ternura.

“Alonso es un niño muy especial”, dice con una sonrisa que se adivina incluso sin verla. “Es noble, cariñoso, muy conversador, y tiene un corazón hermoso. Es obediente, respetuoso y un excelente estudiante”. Pero más allá de sus virtudes académicas o de comportamiento, ella lo describe como un ser lleno de luz, con una personalidad vibrante que lo hace destacar entre sus compañeros.
Desde muy pequeño, Alonso ha demostrado una inteligencia y una sensibilidad poco comunes. Le encanta hablar, preguntar, hacer chistes. “Tiene esa vena de Don Freddy”, dice, aludiendo con cariño a ese espíritu bromista que tanto lo caracteriza. En la escuela es el alma del grupo, de esos niños que animan el aula, que combinan con naturalidad el buen rendimiento con una chispa que lo vuelve inolvidable.
“Él tiene un talento artístico que me impresiona”, confiesa. Aunque su pasión por el fútbol ha sido constante, recientemente Alonso eligió teatro como actividad extracurricular. “La primera vez que lo vi bailando, actuando, cantando… me quedé impresionada”. Esa mezcla de talento, carisma y libertad creativa la conmueve profundamente. “Yo no quiero cohibirle su personalidad, no quiero cortarle las alas. Lo único que deseo es que sea feliz, que viva una vida plena”.
Consciente de su capacidad, su madre admite que a veces le exige más. “Porque sé lo que él puede dar. Pero nunca desde la presión, sino desde el amor, desde el deseo de verlo realizarse siendo él mismo”.
En casa, la dinámica familiar es equilibrada. Con su padre, Jean Carlos, tiene una relación de mucha confianza y también de respeto. “Él sabe con quién puede bromear más y con quién debe tener más cuidado”. Ella, por su parte, se define como más apapachadora, pero cuando se impone, Alonso la escucha con atención: “Cuando yo hablo serio, él sabe que es momento de frenar”.
¿Y otro hijo? “A veces me entra la locura… veo bebés en Instagram y me dan ganas. Pero luego recuerdo mi realidad: Alonso ya es un niño grande, independiente. Se hace su lonchera, tiene su rutina… y yo también tengo una vida que es demandante, sin horarios fijos. La dinámica que tenemos hoy nos funciona, y estoy en paz con eso”.
Este testimonio es, en esencia, una carta de amor. Un retrato de lo que significa ser madre: observar, acompañar, enseñar, pero sobre todo, permitir que el hijo florezca siendo exactamente quien es. Y Alonso, sin duda, es el reflejo hermoso de una maternidad vivida con entrega, libertad y mucho, mucho amor.