Criar hijos en el mundo de hoy es, sin duda, un reto enorme. La realidad social, económica y emocional que enfrentamos ha convertido la maternidad en una travesía de fuerza y resiliencia. Pero cuando se es madre a una edad temprana, sin el respaldo de una figura paterna, el desafío se multiplica. Esta es la historia de Sandra Berrocal, una mujer que, siendo aún una muchacha, tuvo que asumir el rol de madre, amiga, guía y protectora, todo al mismo tiempo.

“Fui madre jovencita”, relata con una mezcla de orgullo y nostalgia. Sus hijas, Michelle y Ashley, crecieron sin la presencia activa de un padre en sus vidas, algo que marcó profundamente su experiencia como madre. “Fue un reto bastante grande”, confiesa. Sin embargo, no enfrentó la batalla sola. Se apoyó firmemente en su fe y en el amor incondicional de sus padres. “Tuve a Dios, que es lo primordial para un ser humano”, y ese sostén espiritual fue lo que le permitió mantenerse de pie.

Los resultados, como ella misma dice, han sido maravillosos. Sus hijas son hoy motivo de orgullo y alegría. Ella misma es testimonio de que, aunque el camino ha sido duro, también ha estado lleno de bendiciones. Ser madre joven le enseñó a madurar antes de tiempo, a tomar decisiones importantes con el corazón y a encontrar una fuerza interior que ni siquiera sabía que tenía.
“Muchos me ven y piensan que soy hermana de mis hijas”, comenta entre risas, y no es solo por la juventud que aún conserva en su rostro, sino por la cercanía, la confianza y el vínculo profundo que ha cultivado con ellas. “Yo soy fuerte”, afirma con determinación. Su historia no es la de una víctima, sino la de una guerrera. No vivió una adolescencia típica, y aunque quedar embarazada a temprana edad no formaba parte de sus planes, hoy agradece esa experiencia: “No fue el final de mi mundo… fue el comienzo de uno nuevo”.
Ser madre sin apoyo paterno no es sencillo. Requiere una entrega absoluta, una madurez precoz, y sobre todo, una fe firme en que los sacrificios de hoy se transformarán en frutos el día de mañana. Ella lo vivió en carne propia. “Mi mundo no se terminó, simplemente cambió de forma. Nació un nuevo propósito en mí: luchar por mi hija, por su bienestar, por nuestro futuro”.
Desde sus raíces en Jarabacoa, con la memoria de su abuelo como guía espiritual y los recuerdos de su infancia rodeada de hermanos, esta madre ha sabido construir un hogar lleno de amor, dignidad y coraje. Su historia es reflejo de tantas mujeres que, aunque no tienen todo a favor, sacan adelante a sus hijos con la fuerza que solo una madre conoce.