Isaura Taveras no necesita adornos para definirse: es una mujer de poder. Así, con esa seguridad que solo otorga la experiencia y la claridad de propósito, asume su rol en los medios de comunicación con una convicción que trasciende la pantalla.

“¿Cómoda? No… comodísima”, dice con una sonrisa, al hablar sobre su identidad y su lugar en la vida pública. Para ella, el poder no está en la posición, sino en la responsabilidad que se asume. “El que tiene un micrófono en las manos tiene un poder. El que no lo entienda y lo mal utilice, tiene que reevaluarse”, afirma con firmeza.
Isaura sabe que comunicar no es simplemente hablar: es construir, es transformar, es tocar vidas. “Si Dios me dio la dicha de poder vivir de este instrumento, de construirme a través de él, claro que soy una mujer de poder”, expresa. Porque no hay nada más valioso que tener la capacidad de influir positivamente, de usar la voz para elevar y no para destruir.
Pero ejercer la comunicación desde una posición vertical, crítica y de confrontación no siempre es fácil. Hay retos que van más allá del trabajo técnico o del juicio público. “Lo más difícil de mi trabajo es que papi entienda que no hay que salir a buscar a nadie, y que mami deje de ver las páginas donde se dicen tal o cual cosa”, confiesa con honestidad. Las críticas duelen más cuando afectan a los seres queridos, pero Isaura ya hizo las paces con eso. “Yo me curé, hermano, hace mucho tiempo. Yo digo lo que pienso y lo que siento. No tengo nada que demostrar, porque el que me conoce, sabe quién soy”.
En ese punto, su mirada se endurece ligeramente: no cualquiera puede ponerla a tambalear. Y si algo le queda por lograr, es que su entorno más cercano, el que aún no termina de comprender su postura, también encuentre paz con su camino. Porque Isaura no va a dejar de ser quien es por complacer a los demás. Su integridad es su norte. Y su voz, un instrumento que usa con orgullo y responsabilidad.